San Isaías, profeta. Siglo VI a.C.
Profeta, mártir, que fue enviado a un pueblo fiel y pecador, para manifestarle al Dios fiel y salvador, en cumplimiento de las promesas que Dios juró a David.
Un deseo expreso de María
Año 1531. Ciudad de México. Caminaba el indio Juan Diego por la falda de Tepeyac, una pequeña colina junto a la ciudad, al norte. De pronto, oyó que le llamaban. Volvió la cabeza y vio a una Señora bellísima que le miraba cariñosamente. De pies a cabeza resplandecía. Tras un breve silencio escuchó: «Yo soy la Virgen María, Madre de Dios.» Y añadió que era su deseo que Juan Diego pidiera al Obispo que levantase allí mismo, donde ellos estaban, un templo en su honor: la basílica de Nuestra Señora de Guadalupe.
Juan Diego se dirigió al Obispo y, después de mucho esperar, cuando pudo hablar con él se lo contó: pero éste no le creyó. Volvía desanimado a casa cuando se encontró de nuevo con la Virgen. Ella le dijo que siguiera insistiendo. Después de la segunda visita, alegre porque el Obispo le había hecho caso, se encaminó al cerro y se lo contó a la Virgen.
Al día siguiente, de madrugada, el indio Juan Diego tuvo que ir a la ciudad en busca de un sacerdote porque un tío suyo estaba muy grave. No quiso acercarse al cerro para no retrasarse por si se encontraba con la Señora, porque Ésta le prometió el día anterior darle una señal para entregársela al obispo. Sin embargo, cuando pasó cerca del cerro, vio que la Señora bajaba y se dirigía hacia él. La Señora le preguntó: «¿Qué te ocurre, hijo mío? ¿Adónde vas?» Él le contó la enfermedad de su tío. Entonces, la Virgen le enseñó a acogerse a su protección y a confiar en Ella, diciéndole que Ella era su Madre. «Tu tío ya está recuperado», le dijo la Señora. Y a continuación le pidió: «Antes de ir a la casa del Obispo, sube al cerro y recoge las rosas que allí veas.»
Juan Diego subió sin dudar, aunque era imposible que en la cima de aquel cerro, en el mes de diciembre, pudieran florecer rosas. Al llegar arriba quedó sorprendido, pues toda la cumbre estaba llena de preciosas flores, difundiendo un olor suavísimo. El indio cortó todas las rosas que pudo, las recogió en su túnica, doblándola en su regazo y poniéndola en forma de bolsa. Al bajar del cerro se las enseñó a la Virgen, que las tomó en sus manos y las volvió a dejar.
Cuando Juan Diego llegó a casa del Obispo, pasó a su despacho con la túnica recogida con las rosas dentro. Ya delante del Obispo soltó la túnica. Las flores cayeron al suelo, y todos los que miraron se sorprendieron, porque en la túnica del indio estaba milagrosamente grabada la imagen de santa María, tal como está ahora en el templo de Guadalupe.
Así, la Virgen María se salió con la suya, pues hicieron caso al indio Juan Diego y construyeron la Basílica, que ahora está siempre repleta de mexicanos y extranjeros que van a visitarla.
Ése era el deseo de María: un templo dedicado a Ella. Es lógico. Esas «casas» de María son ocasión para que muchos hijos suyos vayan a buscarla. Y es verdad que la Virgen agradece que vayamos a los templos marianos, le visitemos, y allí hablemos más confiadamente con Ella.
Madre mía, en cualquier sitio puedo hablar contigo. Pero voy a procurar durante este mes ir algún día, al menos uno, a verte a un santuario, iglesia o ermita dedicado a ti. ¡Te lo aseguro!
Ahora puedes seguir hablando a María con tus palabras, comentándole. Piensa también qué templos marianos conoces, y si quieres queda con ella el día en que procurarás ir. Después termina con la oración final.
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