Visitación de la Virgen
La Virgen María sintió deseos de ir a visitar a su prima Santa Isabel. En cuanto oyó el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno e Isabel quedo llena del Espíritu Santo y dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?»
Temer ¿a qué?
Te copio una copla popular que hace siglos rezaban los cristianos con frecuencia, para que ahora se la puedas decir a Ella:
«No, no temo nada, no temo a mis pecados, porque puedes remediar el mal que me han causado; no temo a los demonios, porque eres más poderosa que todo el infierno; no temo a tu Hijo, justamente indignado por mí, porque se aplacará con una sola palabra tuya. Sólo temo que por mi culpa deje de encomendarme a ti y así me pierda.»
¡Qué seguridad! ¡Y qué lógico! Si yo no le dejo, Ella no me dejará. Lo único que puede darnos miedo es dejar de rezarle y alejarnos de María.
Madre mía, hoy acaba el mes que te dedicamos. Tenme siempre cogido de tu mano. Cuídame cada día hasta el día de mi muerte. Y así llegaré al Cielo, donde ya podré estar contigo por los siglos. Amén.
Ahora puedes seguir hablando a María con tus palabras, comentándole algo de lo que has leído. Quizá, también, puedes agradecerle este mes pasado más cerca de ella, o mejor, en el que te has hecho más consciente de lo cerca que siempre está ella… de ti.
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