Nuestra Señora de la Consolación, Advocación Mariana. Siglo XI.

Es la Madre inspiradora de los misioneros que, en su nombre, se empeñan en llevar el Evangelio por todo el mundo. Es la patrona de Turín y de Piamonte. Su culto data del siglo XI.

Lo que tú quieras

Montse Grases era una niña de Barcelona, muy maja, con muchas amigas, divertida y vivaracha… que un día, esquiando, empezó a sentir un dolor fuerte. No se sabía qué era. Al cabo de un tiempo, los médicos comunican a sus padres que se trata de un cáncer de difícil curación. Ella les pregunta, pero sus padres prefieren no transmitirle todavía el diagnóstico de los médicos. Ella insiste, y quedan en que se van a pasar el fin de semana al campo, a una casa que tienen en Seva, y que ya a la vuelta hablan. Su tía Carmen había muerto, después de una enfermedad larga y dura causada por un cáncer, pero Montse estaba convencida de que lo suyo no sería lo mismo.

Volvieron a Barcelona, pero llegaron muy tarde. Cuando abrieron la puerta de casa sonó el reloj que marcaba las 12.30 de la noche. Enseguida se pusieron a preparar las cosas para acostarse:

«Entonces —recuerda su madre— vino Montse y me dijo:

»—Bueno, mamá, ¿me vas a decir lo que tengo

»—Pero Montse —le dije—, ¿a esta hora, tan tarde…?

»—Sí, sí, de hoy no pasa: me decís ahora mismo lo que tengo.

»Comprendí que ya no podíamos retrasarlo más. Entonces Manuel [su padre] se lo explicó todo, muy concreto, muy claro, sin disfrazar las palabras:

»—Montse, tienes un cáncer. Un sarcoma de Ewing.

»Se quedó un momento parada, y preguntó:

»—¿Y si me cortaran la pierna?

»Manuel le dijo que ya habían hecho una consulta concreta sobre ese particular: se habían considerado todos los aspectos, y no era conveniente; no existía esa posibilidad; no podía ser…

»Entonces ella hizo un gesto, un mohín, como diciendo: “qué lástima”…

»Fue un mohín nada más, un mohín muy gracioso me pareció a mí, después de decirle aquello, pobrina, que era tremendo… y se salió del cuarto y se fue para la habitación.

»Allí la vi cómo se arrodillaba a los pies de la Virgen de Montserrat y se ponía a rezar.

»Luego se sentó y estuvo haciendo brevemente el examen de conciencia. Rezó de rodillas las tres avemarías y se metió en la cama. Entonces le dije a Manuel: “Me voy con ella”. Me parecía imposible que después de decirle una cosa así pudiese dormir…

»Llegué a su cuarto y la empujé un poquito para que me hiciera sitio, y me dijo:

»—¿Qué haces, mamá?

»—Pues mira, dormir contigo.

»—¡Ay, qué suerte! —me contestó, en un tono jovial…

»Ella apoyó la cabeza sobre mi hombro y al cabo de unos instantes, sólo unos instantes, vi que respiraba profundamente… Me di cuenta de que se había dormido.

»Me cercioré bien y me marché. Y eso fue todo.

»… Todo no, porque luego supe que al arrodillarse delante de la Virgen de Montserrat le había dicho: “Lo que Tú quieras.”»

Otros se hubiesen puesto a llorar, no hubiesen dormido, o se habrían rebelado preguntando «¿por qué yo?, ¿por qué a mí?, ¿me voy a morir?, ¿no tiene solución?» y mil cuestiones más. Montse se duerme en un par de minutos. Quien vive siempre diciendo al Señor «lo que tú quieras», vive con la paz del Señor, también cuando lo que él quiere no es precisamente lo que uno hubiese elegido. Él nos lo dijo: «La paz os traigo, la paz os doy; no os la doy como la da el mundo» (Jn 14, 27).

Señor, Corazón de Jesús, Montse sí tenía un corazón parecido al tuyo. Yo también te voy a repetir todos los días, también cuando algo me cueste o no me guste: «Lo que tú quieras.» Así viviré como cristiano y moriré como cristiano, y me darás tu paz. Lo que tú quieras, sí: en vez de quejarme o protestar o agobiarme… «¡lo que tú quieras!» Sagrado Corazón de Jesús, danos la paz.

Ahora es el momento importante, en el que tú hablas a Dios con tus palabras, comentándole que te gustaría reaccionar como Montse en todo. Cuando lo hayas hecho, termina con la oración final.

 

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