San Pedro Vincioli, abad. Siglo X
Presbítero y abad, que reedificó una antigua iglesia dedicada a san Pedro. A ella unió un monasterio en el que, venciendo gran oposición y con gran paciencia, introdujo los usos y costumbres cluniacenses.
¡Sin hermanos… cualquiera!
Leí una antología de cartas de niños a Jesús. Uno escribía: «Jesús, menos mal que no tuviste ningún hermano. Yo tengo uno, y a veces me lo pone difícil.»
Tiene gracia, como si le dijese… «si llegas a tener hermanos, otro gallo hubiese cantado. Claro, sin hermanos, así cualquiera.» Es cierto que hay personas para las que cualquier cosita y circunstancia es como un monte imposible de subir. Cualquier dificultad la consideran insuperable. No se crecen ante las dificultades, sino que se declaran derrotados enseguida, en cuanto ven el escollo. Como ya tratamos otro día, esto tiene que ver mucho con la audacia.
Ser cristiano exige ser audaz. Un ejemplo. Hace pocos años, en un país cristiano pero donde los sacerdotes tienen que atender extensos territorios, un matrimonio joven con un niño de meses fue a confesarse y a misa desde su lejana aldea. Cuando terminan, el sacerdote les despide y se da cuenta de que el niño llora con fuerza. ¿Qué le pasa? Ellos le explican con sencillez que la madre no tiene leche para darle y que habían tenido que caminar durante 24 horas sin comer. El sacerdote, conmovido, les dio alojamiento y comida. Al día siguiente partieron para su aldea.
Pasé un verano en Rumanía, en una zona de pocos católicos. Algunos hacían más de cien kilómetros para confesarse. Se confesaban y volvían.
Un amigo sacerdote estuvo en África. Me contaba que los domingos era frecuente en aquella zona encontrar familias enteras por los caminos que iban a una iglesia en la que se celebraba la misa. Las caminatas eran de más de dos horas de ida y otras dos de vuelta.
San Pablo, un hombre audaz, escribía a los romanos: «¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado» (8, 35-37).
Sí: todo hombre debe ser audaz, pero además los cristianos lo tenemos fácil porque Jesucristo, audaz, nos ha amado y nos ayuda a vencer la cobardía que nos hace rendirnos ante lo difícil.
Quien no es audaz se agarra a excusas que son verdad y son mentira a la vez, porque son dificultades objetivas pero al mismo tiempo tonterías. Lo malo es que se las acaba creyendo: «no tengo tiempo, se me olvida, no es fácil»… son las tres excusas más frecuentes que termina por creerse.
Señor, ¡qué vergüenza siento por las veces que he dicho o pensado que no tenía facilidades para ir a misa o para confesarme, para ser honrado o trabajador, sincero o alegre! ¡Quiero ser audaz! No hay dificultad que no pueda superar… si cuento contigo. Todo lo que Tú esperas de mí puedo hacerlo. Madre, que no viva arrastrándome y asustado por lo que se presenta difícil. Lo difícil es para los hijos de Dios.
Ahora puedes seguir hablando con el Señor con tus propias palabras. Él te ve, te escucha y te comprende. Procura terminar con un pequeño propósito. Después puedes recitar la oración final.
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