Nuestra Señora del Carmen, patrona de los marineros.
Los Carmelitas han sido conocidos por su profunda devoción a la Santísima Virgen. Los marineros dependían de las estrellas para marcar el rumbo y de aquí viene la siguiente analogía: «La Virgen María nos guía por las aguas difíciles de la vida hacia el puerto seguro que es Cristo».
Una suma con truco: Dame tus pecados
¡Qué lejano parece ese día en que nos propusimos hacer una buena suma este mes, el día 1! ¿Te acuerdas? ¡Han pasado desde entonces tantas cosas! Ahora, a mitad de mes, podemos hacer un poco de balance: ¿Cuál está siendo el resultado de mis sumas? ¿Cuáles son mis sumandos? ¿Estoy haciendo virtudes?
Pero quizá todavía tengamos que descubrir que estas sumas tienen truco: hay días en que habremos sumado cero o casi cero: desorden, mal genio, perder el tiempo, pereza, olvido de Dios… Pero si al final de la jornada nos damos cuenta y movidos por nuestro amor a Dios le decimos «¡Perdóname!», Dios realiza un prodigio: ese 0 se convierte en 10, o en 100, o en 1.000.000, dependiendo de cuál sea mi dolor —dolor de amor—. Porque lo que está claro es que a este Dios bueno, buenísimo, le basta eso para hacer de nuestro 0 una cifra astronómica.
Tenemos que contar con las dificultades y con nuestra debilidad. Hay que pelear. Los que están en el cielo eran como cualquiera de nosotros, no eran de una pasta especial. Tenían nuestras mismas dificultades, estaban sujetos a las mismas leyes, tenían días con el ánimo muy bajo, tenían tentaciones y también días más animados… Y algunos de ellos ofendieron mucho a Dios, fueron unos patanes. Piensa en san Agustín, en san Pablo… Pero ellos fueron sinceros y humildes, reconocieron sus errores y se levantaron. Y fueron santos.
Cuentan que estaba un día san Jerónimo haciendo oración cuando se le apareció el Señor y le dijo:
«Jerónimo, ¿qué tienes para darme?» San Jerónimo, después de pensarlo un poco, le dijo:
«Señor, te ofrezco mis escritos» Tienes que saber que san Jerónimo dedicó muchos años de su vida, día y noche, a la luz de una vela, a traducir toda la Sagrada Escritura al latín, la primera traducción que todavía usamos hoy día. El Señor le respondió:
«No, eso no lo quiero, ¿qué otras cosas tienes?» Con un poco de desconcierto, desarmado, le respondió:
«Señor, te doy mis penitencias» También tienes que saber que el trabajo de la traducción lo hizo viviendo en una cueva, vestido con la piel seca de un animal, con frío, calor, hambre… Y, otra vez, el Señor le dijo:
«No, eso tampoco, ¿qué más tienes?» San Jerónimo, con un profundo desaliento, no sabía qué más había en su vida que fuera digno de ofrecer a Dios; al final le respondió:
«Señor, no sé qué te puedo dar.» Y oyó que le decía:
«Dame tus pecados.»
Así somos los cristianos. La iglesia no es un gimnasio en el que nos ponemos cuadrados por nuestros progresos, sino que somos hombres y mujeres normales que queremos a la persona de Jesús, y que nos duelen nuestros pecados porque Jesús se merece lo mejor, y nos duele que encuentre en nosotros cosas que no le gustan, porque queremos agradarle en todo.
Sí, luchamos, pero esperamos también mucho de él. Y nuestras derrotas con él las transformamos en una pena que nos une todavía más a él.
Concluyendo. Por un lado, vamos a darle nuestros pecados… Es decir, seamos sinceros.
Por otro, no tenemos derecho a quejarnos porque nuestra lucha no haya dado el fruto que esperábamos. ¿No te salen las cosas a la primera? No te desanimes, a los santos no les salían ni a la décima. ¿Cuánto tarda un naranjo desde que se planta hasta que da las primeras naranjas? No lo sé, pero supongo que varios años. ¿Y tú quieres que tus esfuerzos se noten ya mismo…? Tengamos paciencia, que, si seguimos así, se notarán.
Hoy celebramos Nuestra Señora del Carmen, un buen día para poner este deseo en sus manos.
¡Me cuesta tanto darme cuenta de lo bueno que eres! Porque no eres como yo. Señor, ahora en mi vida no hay nada de valor para ti, sobre todo tengo errores y pecados y miserias y cosas sin acabar y propósitos sin cumplir y… tantas cosas que tú conoces perfectamente; pero te ofrezco la pena de no darte lo mejor. Espero que te guste. Es lo que puedo darte y es lo que te doy. Te pido ahora dos favores: que aprenda a pedir perdón, que aprenda a volver a empezar. Ahora comienzo. Ahora comienzo a hacer de hijo pródigo. Nuestra Señora del Carmen, ruega por nosotros.
Y ahora sigue tú hablando con tu Padre-Dios. ésta es la parte más importante: cuéntale y escucha.
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