San Bernardo, Doctor de la Iglesia. Siglo XII.
De Borgoña, Entró al convento de monjes benedictinos llamado Cister y arrastró a sus 6 hermanos. Fundó más de 300 conventos e hizo llegar a gran santidad a muchos de sus discípulos. Levantó el Convento de Claraval.
La amistad
En las fuerzas especiales de los ejércitos militares de algún país tienen la consigna de ir en cada misión en grupos de dos. Cada soldado vela por su compañero, no pueden separarse. Si uno es herido, el otro tiene obligación de atenderle. Nunca se deja a un compañero, incluso si está muerto se carga con su cadáver.
Caín se sorprende por la insistencia de Dios acerca de su hermano, y exclama: «¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?» Para Dios sí lo somos. Una de las responsabilidades que Dios da al hombre es la de cuidar de sus hermanos.
¿Y quiénes son mis hermanos? Esta misma pregunta le dirigió un escriba a Jesús. El Señor le respondió con la parábola del buen samaritano:
«Pero él… dijo a Jesús: “Y ¿quién es mi prójimo?” Jesús respondió: “Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de salteadores que, después de despojarle y darle una paliza, se fueron, dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión. Acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y le montó luego sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al posadero, diciendo: ‘Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva.’ ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?” Él dijo: “El que practicó la misericordia con él.” Díjole Jesús: “Vete y haz tú lo mismo” (Lucas 10, 29-37)».
Nos portamos como hermanos si nos comportamos con el estilo del buen samaritano, éste fue el prójimo para el hombre necesitado, pues fue el único que atendió al herido y no pasó de largo. La caridad crea la fraternidad, el corazón grande crea la amistad. La amistad no nace, se gana.
Cuentan que Aristóteles iba un día solo por una calle y decía al aire:
—¡Amigos míos! ¡Amigos míos!
Y hacía como si saludara a gente. Alguien le dijo:
—¡Pero si no hay nadie!
—Tampoco hay amigos, y por lo mismo les saludo así.
La amistad se hace con actos amigables: escuchar, pasear, preocuparse por los demás, hacer favores, servir, ayudar, acompañar, compartir, excusar, comprender, esperar, enseñar… en definitiva: amar. Al contrario, la frivolidad no puede unirse a la amistad, porque ésta exige salir de uno mismo para mirar al otro. En cambio la santidad nos acerca a todos porque Dios no nos separa de los hombres sino que nos une a ellos. Como nos dice Juan Pablo II: «Quien asiste al necesitado goza siempre de la benevolencia de Dios.»
Este mes es buen momento para hacer nuevos amigos y por tanto para engrandecer el corazón. Un corazón pequeño tiene pocos amigos y un corazón grande tiene muchos amigos. Tener amigos no es cuestión de carácter sino de corazón. Para quien tiene un corazón grande cualquier circunstancia es una ocasión para una nueva amistad. No te encierres en casa y menos aún encierres tu corazón. Agosto invita a salir, pero sobre todo a salir de uno mismo.
Dame, Señor, un corazón grande. Que trate al prójimo como nos enseñaste mediante la parábola del buen samaritano: que me haga cargo de las necesidades de quien tengo al lado, sin que tenga que pedírmelo. ¡Que tenga muchos y buenos amigos! Por eso, ¡ensánchame el corazón! ¡Y que me haga cada día más amable! Santa María, Madre de cada cristiano, ruega por nosotros.
Habla con Jesús si eres amigable… y qué podrías hacer para crecer. Puedes terminar, después, con la oración final.
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