San Juan Gabriel Perboyre, Presbítero y Mártir. 1802-1840
En la ciudad de Wuchang, de la provincia Hubei, en China, presbítero de la Congregación de la Misión que, dedicado a la predicación del Evangelio durante una persecución sufrió prolongada cárcel, siendo atormentado y, al fin, colgado en una cruz y estrangulado.
Feliz de no ser nadie, ni siquiera para Dios
Madre Teresa de Calcuta, con una transparencia impresionante, escribe a monseñor Périer lo que ocurre en su alma:
Excelencia, ¿por qué todos son tan buenos con nosotras? —No tengo otra respuesta sino una profunda gratitud. (…)
Hay tanta contradicción en mi alma. — Un deseo tan profundo de Dios — tan profundo que es doloroso — un sufrimiento continuo — y sin embargo no querida por Dios — rechazada — vacía — no fe — no amor — no fervor. — Las almas no me atraen de ningún manera— el Cielo no significa nada —me parece como un lugar vacío — el pensamiento del Cielo no significa nada para mí y sin embargo este atormentador anhelo de Dios. — Rece por mí por favor para que continúe sonriéndole a pesar de todo. Pues soy sólo Suya — así Él tiene todo derecho sobre mí. Soy perfectamente feliz de no ser nadie ni siquiera para Dios (…)
Su devota hija en J.C.
M. Teresa, M.C.
Escribe el padre Brian: «Sentir que los mismos pilares de su vida —la fe, la esperanza, el amor— habían desaparecido, era angustioso. Las tinieblas habían debilitado la certeza del amor de Dios hacia ella y la realidad del cielo. El celo ardiente por la salvación de las almas que la había llevado a la India aparentemente se había desvanecido. Al mismo tiempo, paradójicamente, se agarraba con todas sus fuerzas a la fe que profesaba y, sin ningún consuelo, trabajó de todo corazón en su servicio diario a los más pobres de los pobres.
Madre Teresa confesó que era «perfectamente feliz de no ser nadie ni siquiera para Dios». En 1947, escribió a monseñor Périer: «Por naturaleza soy sensible, me gustan las cosas bonitas y agradables, la comodidad y todo lo que puede dar la comodidad, ser amada y amar». Habitualmente ella guardaba silencio ante todas las faltas de amor, aunque las sintiera profundamente. Cuánto más sensible sería con los signos del amor de Dios —o su aparente ausencia—. Su ansia de sentir Su cercanía hizo la oscuridad mucho más desgarradora. Había alcanzado sin embargo una madurez espiritual que la ayudaba a ocupar el último sitio con humildad y generosidad y ser alegremente «nadie ni siquiera para Dios».
Durante sus retiros anuales, madre Teresa revisaba su vida y renovaba su compromiso de esforzarse por alcanzar la santidad —y ella era muy exigente consigo misma—. En abril de 1957, compartió con monseñor Périer su determinación de arrancar los defectos de su fuerte carácter. Continuando su propósito del año anterior, se esforzaría en superar sus deficiencias mediante la mansedumbre y la humildad.
«Éstas son mis faltas. A veces usé un tono bastante vivo y severo corrigiendo a las Hermanas. Incluso algunas veces fui impaciente con la gente —por éstas y por todas mis otras faltas humildemente pido perdón y penitencia— y pido la renovación de mis permisos generales (de dar, recibir, comprar, vender, prestar, pedir prestado, destruir, dar estos permisos a las Hermanas en especie y en dinero) para las Hermanas y todas las obras de la Congregación, y le pido que me corrija por todas mis faltas. Quiero ser santa según Su Corazón manso y humilde, por eso me esforzaré lo más posible en estas dos virtudes de Jesús.
»Mi segundo propósito es llegar a ser un apóstol de la Alegría —para consolar al Sagrado Corazón de Jesús mediante la alegría—.
»Por favor pídale a Nuestra Señora que me dé su corazón, de modo que pueda cumplir más fácilmente Su deseo para mí. Quiero sonreír incluso a Jesús y así, si es posible, esconderle incluso a Él el dolor y la oscuridad de mi alma.
»Las Hermanas están haciendo un retiro muy fervoroso. — Tenemos mucho que agradecer a Dios, por darnos Hermanas tan generosas.»
Comprometerse en llegar a ser «un apóstol de la Alegría» cuando humanamente hablando se sentía posiblemente al borde de la desesperación, era verdaderamente heroico. Pudo hacerlo porque su alegría estaba enraizada en la certeza de la bondad última del plan amoroso de Dios hacia ella. Y aunque su fe en esta verdad no le proporcionaba ningún consuelo, se arriesgó a afrontar los retos de la vida con una sonrisa. Su único punto de apoyo era la confianza ciega en Dios.
El deseo magnánimo de esconder su dolor incluso a Jesús, era una expresión de su gran y delicado amor. Hacía todo lo posible para no cargar a otros con sus sufrimientos; deseaba aún menos que éstos fueran una carga para su esposo, Jesús. Comparado con Sus sufrimientos y los de Sus pobres, su dolor no le parecía significativo. En cambio aspiró a consolar Su Corazón mediante la alegría. Para esto contaba con el apoyo de María.
Bienaventurados los que sufren, sí, porque ellos serán consolados. Madre Teresa sufre y, al mismo tiempo disfruta de un peculiar consuelo de Dios. Y con el deseo de parecerse a Jesús se propone imitarle en su mansedumbre: bienaventurados los mansos.
También yo quiero ser apóstol de tu alegría. No quiero, Señor, hacer demasiado caso a los sentimientos. Aunque no te sienta, tú estás ahí. Aunque no sienta tu calor, tú me quieres con ternura. Quiero saber sufrir lo que me «toque» y ser feliz porque sepa sufrir consolado por ti. Y como Teresa te digo: «Quiero ser santa según Su Corazón manso y humilde, por eso me esforzaré lo más posible en estas dos virtudes de Jesús.»
Comenta con Dios lo leído, y pregúntale si quiere que hagas los mismos propósitos de Madre Teresa u otros.
Ver todos Ver enero 2022