498 beatos mártires del siglo XX en España. 1934-1937.
Derramaron su sangre por la fe durante la persecución religiosa en España, de los años 30. Entre ellos hay obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos, mujeres y hombres; tres de ellos tenían dieciséis años y el mayor setenta y ocho.
¿Dos huellas o una?
Un hombre soñó que paseaba por la orilla con el Señor. Mientras andaban, en el cielo aparecían escenas de su vida. Se dio cuenta de que para cada escena de su vida había dos huellas en la arena: una suya y otra del Señor.
Cuando la última escena apareció en el cielo, se dio la vuelta y miró las huellas de la arena. Al mirarlas notó que muchas veces a lo largo del camino sólo había una huella, y que esto pasaba en los momentos más tristes de su vida.
Muy preocupado le dijo al Señor: «Señor, tú dijiste que una vez hubiera decidido seguirte me acompañarías durante todo el camino, sin embargo me he dado cuenta de que en los momentos más duros y difíciles de mi vida sólo hay una huella en la arena. No puedo comprender por qué me has abandonado cuando más te necesitaba.» El Señor le respondió: «Hijo mío, te quiero y nunca te dejaría. En los momentos más duros y tristes de tu vida, cuando sólo ves una huella sobre la arena, era entonces que Yo te llevaba en brazos.»
No sé dónde encontré este texto, pero es muy cierto. Nunca estamos solos, aunque a veces tengamos esa impresión. Me parece formidable la carta que escribe el mártir vietnamita Pablo Le-Bao-Thin: cuenta la compañía del Señor en su difícil situación. Él sí supo verle presente cuando sufría. Escribe desde la cárcel:
«Yo, Pablo, encarcelado por el nombre de Cristo, os quiero explicar las tribulaciones en que me veo sumergido cada día, para que, enfervorizados en el amor de Dios, alabéis conmigo al Señor, porque es eterna su misericordia (cf. Sal 136 [135]). Esta cárcel es un verdadero infierno: a los crueles suplicios de toda clase, como son grillos, cadenas de hierro y ataduras, hay que añadir el odio, las venganzas, las calumnias, palabras indecentes, peleas, actos perversos, juramentos injustos, maldiciones y, finalmente, angustias y tristeza. Pero Dios, que en otro tiempo libró a los tres jóvenes del horno de fuego, está siempre conmigo y me libra de las tribulaciones y las convierte en dulzura, porque es eterna su misericordia. En medio de estos tormentos, que aterrorizarían a cualquiera, por la gracia de Dios estoy lleno de gozo y alegría, porque no estoy solo, sino que Cristo está conmigo […].
»¿Cómo resistir este espectáculo, viendo cada día cómo los emperadores, los mandarines y sus cortesanos blasfeman tu santo nombre, Señor, que te sientas sobre los querubines y serafines? (cf. Sal 80 [79],2). ¡Mira, tu cruz es pisoteada por los paganos! ¿Dónde está tu gloria? Al ver todo esto, prefiero, encendido en tu amor, morir descuartizado, en testimonio de tu amor. Muestra, Señor, tu poder, sálvame y dame tu apoyo, para que la fuerza se manifieste en mi debilidad y sea glorificada ante los gentiles […]. Queridos hermanos al escuchar todo esto, llenos de alegría, tenéis que dar gracias incesantes a Dios, de quien procede todo bien; bendecid conmigo al Señor, porque es eterna su misericordia […]. Os escribo todo esto para se unan vuestra fe y la mía. En medio de esta tempestad echo el ancla hasta el trono de Dios, esperanza viva de mi corazón… (Sal 139 [138] 8-12).»
Cuentan de santa Catalina de Siena que estaba un día luchando por apartar una tentación que la molestaba terriblemente. Luchaba, acudía al Señor para que la librase de aquello, pero parecía que el Señor estaba oculto y callado: la tentación no se iba. Al final venció, pero después de costarle muchísimo. Más tarde se quejaba al Señor haciendo oración: «¿Dónde estabas, Señor, mientras yo luchaba contra aquello?» Y el Señor le respondió: «Estaba dentro de ti, viendo cómo luchabas.»
Dios vive mi vida conmigo. Siempre está conmigo. También cuando me parece estar más solo que la una, rezamos con el salmista que el auxilio nos viene del Señor, y afirmamos: «No duerme ni reposa el guardián de Israel» (121). Dios no se echa la siesta ni tiene despistes.
Señor, acompáñame durante todo el camino, o mejor, que sepa que me acompañas. Que no me aleje. Que te tenga cerca. Por eso hago este rato de oración todos los días. Gracias por cuidarme tanto. Gracias también a ti, Madre mía, vida, dulzura y esperanza nuestra, porque tampoco tú nos abandonas un segundo…
Repasa, si quieres, el texto, la carta de Pablo… Puedes comentar con Jesús si sabes sufrir, si eres paciente, si vives con él los momentos que te cuestan… Después termina con la oración final.
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